LA HISTORIA PERFECTA

 

A Pedro le gustaba coleccionar historias. Desde hacía tiempo, bien en su correo electrónico o bien por medio de algún amigo, le llegaban historias que le hacían sentir bien. Eran historietas en las cuales había un mensaje, una moraleja, algo que tocaba su corazoncito. Historias de Luz y Sabiduría las llamaba él.Y sin saber porqué, las iba guardando como quien guarda un tesoro, sabiendo que tiene algo valioso aunque no sepa muy bien la dimensión de su valor. Quizás pensara que si no lo guardaba, la historieta desaparecería, se esfumaría de la misma manera en que había llegado, o quizás pensara que para integrar su mensaje tenía que hacerla suya, guardarla en su corazón o en su defecto en un virtual archivo informático. Pero lo cierto, es que las iba recopilando y eso le hacía sentirse bien.

Muchos días cuando se encontraba mal o se acostaba, antes de dormir, leía una de las historias de su tesoro y eso le reconfortaba. Se dejaba poseer por la historia y en su primer sueño la historia se hacía real. Realmente no sabía en que consistía el poder de las historias pero era algo que su interior sí lo sabía muy bien. Como sabía muy bien que a todas las historias las faltaba algo, un matiz, un punto final, algo. Como a esa bella flor que vemos llena de hermosura y color pero a la cual le falta su aroma, su olor.

No es que creyese en la magia, pero sí sabía que había una ciencia que su mente no entendía pero su alma sí y a esa ciencia sutil, transparente y a la vez arrolladora e imposible de negar la llamaba magia. Según él, la magia era la lógica, la ciencia real del Universo, y llegar a ella aunque fuese un instante transformaba su concepto de lo que denominaba realidad. Y su tesoro, estas pequeñas historietas, eran lo más cercano a la magia que podía estar. Leerlas, hacerla suyas, era entrar en un mundo en el cual se sentía más “en casa” que el mundo que veía a su alrededor.

Un día paseando por la calle, se encontró con un viejo amigo. Este se encontraba muy mal por una triste vivencia que estaba pasando. Pedro no sabía qué hacer, bueno sí, escuchar ¡qué podía hacer!.Era la típica situación en la cual mientras el otro nos habla nuestra mente vuela muy lejos de allí como queriendo escapar de lo que estamos viviendo, como si el hecho de esconder la cabeza hace desaparecer la situación. Y en ese viaje mental de repente se acordó de una historia de las que recopilaba que era muy parecida a la situación que atravesaba su amigo. Mientras le escuchaba la historia se repetía una y otra vez en su mente como ese polluelo que quiere salir del cascarón, que quiere abrirse a la vida. Así que casi sin poder evitarlo, se encontró contándole la historieta a su amigo.

Mientras lo hacía, sentía que algo le llegaba a su amigo, sentía ese hilo invisible de complicidad entre su amigo y él, ¡no!, el hilo era entre su amigo y la historieta. Como si ambos formasen parte de lo mismo, como si fuesen uno, algo llamado “amigo-historia”. Por un momento sintió que la historia le estaba utilizando a él para comunicarse con su amigo. Era una sensación extraña, nueva, pero sabía que era correcta, sabía que era “como tenía que ser”. Y mientras la historia se contaba a través de él, se dio cuenta que era eso precisamente lo que les faltaba a sus historias, el ser “uno” con alguien real. Les faltaba su representación física y eso sólo era posible cuando las compartía con los demás.

Cuando acabó de contar la historia, su amigo le estaba mirando fijamente a los ojos, sorprendido, como el que acaba de descubrir algo que lleva toda la vida buscando. Y le dijo “Pedro, no te lo vas a creer, pero al oír esta historia he entendido lo que me está pasando, parece que la historia está escrita para mí. Gracias, mil gracias”.

Pedro se dio cuenta de la transformación de su amigo, desde luego, algo importante le había ocurrido al escuchar la historia. Y ya sabía por qué, por fin la historia estaba completa, había encontrado a alguien a quien servir. La rosa había recuperado su olor.

Así que al ver esto, Pedro, decidió que compartiría todas las historias que había recopilado. Quería enseñárselas a los demás, que todo el mundo las leyese, que cada una encontrase a quien servir. Así que construyó una página web en internet, algo virtual como sus historias, donde cada semana publicaba una nueva.

Sabiendo que cada historia encontraría a quien servir.

Sabiendo que cada historia se convertiría en perfecta.

Y así es.

 

 
 
Oscar Domenech (odomenech@hotmail.com)
   
 
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