Las tres preguntas

Érase una vez un emperador. Éste decidió que si podía hallar la respuesta a ciertas preguntas siempre sabría lo que tendría que hacer, cualquiera que fuera el caso. Éstas eran las tres preguntas:

  • ¿Cuál es el mejor momento para hacer las cosas?
  • ¿Quiénes son las personas más importantes?
  • ¿Qué es lo más importante?

El emperador ofreció una sustanciosa recompensa a quien supiera las respuestas a las tres preguntas. Muchos fueron los que las contestaron, pero ninguno de ellos lo hizo a satisfacción del emperador.

Finalmente, éste decidió subir a la cumbre de una montaña para visitar a un anciano ermitaño, pensando que quizás éste conocería las respuestas adecuadas. Cuando el emperador llegó hasta él le formuló las tres preguntas. El ermitaño, que se encontraba en aquel momento cavando en su jardín, le escuchó atentamente, pero no dijo nada y continuó con su tarea.

El emperador miró al anciano y se fijó en que éste parecía muy fatigado.

«Dame la azada y yo cavaré mientras tu reposas», le dijo. Y así, el ermitaño descansó mientras el emperador trabajaba. Después de varias horas, el emperador se sintió muy cansado. Dejó la azada en el suelo y dijo: «Si no puedes contestar a mis preguntas, no pasa nada. Simplemente dímelo y me marcharé».

«¿ Oís correr a alguien?», le preguntó de repente el ermitaño al emperador, a la vez que señalaba con el dedo hacia la espesura.

En efecto, de entre los arbustos salió un hombre dando tumbos y apretándose el estómago con las manos. Cuando el emperador y el ermitaño llegaron hasta él, se desmayó. Le desabrocharon la camisa y vieron que el hombre había sufrido un corte muy profundo. El emperador le limpió la herida y se la vendó con su propia camisa.

Al recuperar la conciencia, el hombre pidió agua. El emperador corrió a buscarla a un riachuelo cercano y le dio un poco. El hombre la bebió agradecido y a continuación cayó dormido. Entre los dos transportaron al hombre hasta la cabaña del ermitaño y le tumbaron sobre la cama de éste. El emperador, que también estaba exhausto, se quedó dormido.

A la mañana siguiente cuando el emperador se despertó se encontró ante sí al hombre herido con la vista clavada en él.

«Perdonadme» murmuró el hombre.

«¿ Perdonarte?», dijo el emperador incorporándose, ya totalmente despierto.

«¿ Qué has hecho para necesitar mi perdón?»

«Vos no me conocéis majestad, pero hasta ahora os consideraba mi peor enemigo. Durante la última guerra matasteis a mi hermano y os apropiasteis de mis tierras».

El hombre siguió hablando y explicó que, escondido entre los arbustos, esperaba a que el emperador bajara de la montaña para atacarle, pero entonces uno de los guardias del emperador que esperaba a éste le reconoció como un enemigo y le hirió.

«Conseguí huir, pero si vos no me hubieseis encontrado y ayudado como lo hicisteis, con toda certeza ahora estaría muerto. Yo que planeaba mataros, ¡y resulta que me habéis salvado la vida! Me siento avergonzado y agradecido».

El emperador se alegró de conocer la historia de aquel hombre y le devolvió sus tierras. Después de que el hombre se marchase, el emperador miró al ermitaño y dijo :« Ahora debo irme, tengo que viajar hasta donde haga falta para encontrar la respuesta a mis preguntas».

El ermitaño se echó a reír y respondió :« Vuestras preguntas ya están contestadas, majestad».

El ermitaño le explicó al emperador que si él no le hubiera ayudado a cavar en su jardín y simplemente se hubiera marchado con prisas para seguir buscando la respuesta a sus preguntas, el hombre al que habían ayudado le habría salido al paso en algún punto del camino de vuelta de la montaña y ahora el emperador estaría muerto.

«El momento más importante para vos fue mientras cavabais en mi jardín. La persona más importante fui yo mismo, la persona con la que vos os encontrabais. Lo más importante fue sencillamente ayudarme», concluyó el ermitaño.

«Y después, cuando encontramos al hombre herido que iba montaña arriba, el momento más importante fue cuando le curasteis las heridas, que de otro modo le hubieran causado la muerte, y entonces vos y él nunca hubierais llegado a haceros amigos. Y en aquel momento, ese hombre era la persona más importante del mundo, y el objetivo más importante era curarle la herida.»

«El momento presente es el único momento que importa», continuó diciendo el ermitaño. «La persona más importante es siempre la persona con la que estás. El objetivo más importante es siempre hacer feliz a la persona que está a tu lado. ¿Qué puede ser más sencillo o más importante?».


 
 
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