EL ARBOLITO DE NAVIDAD

Había una vez, en un bosque lejano, un pequeño abeto. Solo deseaba una cosa: crecer. Nadie le hacía sentirse feliz: ni el tibio sol, ni el aire perfumado, ni los niños que jugaban a su alrededor, aunque pensaban que el arbolito era muy hermoso en verdad.Como a los otros árboles, cada año le crecía una nueva corona y cada vez era más alto. Pero esto era muy lento. “Si yo pudiera crecer tan alto como ese árbol grande y viejo” suspiraba el abeto mientras miraba envidiosamente a su vecino.

En otoño, los leñadores llegaron al bosque. Cada año venían a cortar los árboles más viejos. El pequeño abeto tembló de miedo al ver caer uno de los grandes árboles. ¡QuÉ estruendo tan espantoso!Observó como los leñadores les arrancaban las ramas y apilaban los troncos enormes en carretas que fuertes caballos arrastraban llevándoselas del bosque.

Al llegar de nuevo la primavera, las golondrinas y cigüeñas regresaron al bosque. El pequeño abeto les preguntó: ¿Saben ustedes adónde llevan los leñadores los árboles que cortan? La cigüeña respondió: “Cuando volaba de regreso, al pasar por el mar, vi algunos barcos que llevaban grandes árboles. Eran hermosos y olían a resina. Tal vez eran tus amigos“ ¡Oh!, como me gustaría ser lo bastante grande para poder ir por el mar en un barco! Pensaba soñador el pequeño abeto.“Disfruta de tu juventud y sé feliz” murmuró el Sol.

Pero nada le daba felicidad al arbolito, ni el viento jugando en sus ramas todas las tardes, ni el rocío brillando en sus agujas cada mañana.

Los meses pasaban y muy pronto llegó diciembre, el mes de Navidad.Los leñadores vinieron de nuevo y algunos de los árboles quecortaron eran menos altos que el pequeño abeto. Los amontonaron en carretas, pero no cortaron las ramas.

El pequeño abeto preguntó a donde se los llevarían y por qué no habían cortado las ramas.

“Los llevan al pueblo”, piaron los gorriones. “Los van a adornar para las fiestas”.

“¿Y después que pasa?” preguntó el pequeño abeto.

“No sabemos”

“¡Oh, si pudiera estar adornado para una fiesta! Exclamó el arbolito. “Tal vez un leñador regrese por otros árboles pequeños antes de Navidad y yo sea lo bastante afortunado como para que me escojan”

“Disfruta de tu juventud! ¡Siéntete satisfecho con lo que tienes! Susurraron el aire y el Sol.

Los años y las estaciones pasaron. El pequeño abeto se convirtió en un árbol alto y majestuoso con ramas verdes, oscuras y lustrosas.Finalmente los leñadores los escogieron para la tala de Diciembre. Muy pronto el abeto se vio en un patio, con muchos otros árboles. “Este es magnífico” dijo una voz.

Dos personas arrastraron el árbol y lo llevaron a una enorme habitación hermosamente decorada. Lo colocaron en el centro de la estancia, en una enorme cubeta. Después de llenarla de arena para que se sostuviera bien, taparon la cubeta con un hermoso terciopelo verde. Durante toda la tarde los sirvientes y los niños colgaron del árbol adornitos de navidad. En la rama más alta colocaron una estrella brillante dorada. “Qué bonito” dijeron los niños. “Y estará aun más bonito esta noche cuando encendamos las luces”.

Al fin llegó el momento de encender las velas. ¡Qué emoción! El árbol tembló sintiéndose feliz y nervioso. Pero una de las velas cayó, encendiéndose una ramita. Las criadas se apresuraron a apagar las llamas. El abeto se asustó.

De repente se abrieron las puertas y los niños llegaron corriendo a la habitación. Se acercaron al árbol y comenzaron a gritar y bailar a su alrededor, quitando los regalos que colgaban de las ramas,tiraban tan fuerte que algunas de las ramas se rompieron.

Cuando los niños ya habían despojado el árbol de todos los adornos y regalos, le pidieron a un anciano que les contara un cuento.

“Sentémonos al pie del árbol de Navidad” dijo el anciano” para que también el escuche el cuento. ¿Qué quieren oír?

El cuento del príncipe perdido, dijeron los niños a coro.

El árbol pensó tristemente que a él nadie le había preguntado que deseaba.

No sabía que ya había desempeñado su papel y que ya no tenía nada más que hacer.

El árbol escuchó el cuento y pensó que algún día podría también casarse con una princesa.

“Esta vez no me estremeceré”, murmuró “estaré orgulloso de mi belleza”.

Pero al amanecer el sueño del árbol se desvaneció. Lo llevaron al desván y lo dejaron en un rincón, a donde nunca llegaba ni un solo rayo de sol. Pasaron los días y las noches y nadie se acercaba. Todos lo habían olvidado.

El árbol empezó a lamentarse de haber dejado el bosque! ¡Qué silencioso estaba el desván!

¡Pssst! ¡Pssst!. Dijo un ratoncito al trepar por sus ramas, seguido de otro ratón más pequeño aun. Olisquearon las ramas del abeto y echaron a correr.

“Está tan frío aquí, se decía uno a otro. “Si estuviera un poco más tibio, estaríamos muy bien juntos, ¡verdad, viejo árbol?

¡No soy viejo! Protestó el árbol. No se había dado cuenta de que sin agua ni sol, cada día estaba más seco.

¿De dónde vienes? Cuéntanos cual es el país más hermoso del mundo.

“No conozco esa tierra”, contestó el árbol. Conozco el bosque donde brilla el sol y las aves cantan. Y así empezó a contarles su juventud.

Los ratoncitos jamás habían escuchado algo parecido. ¡Qué feliz debes haber sido! El árbol reflexionó acerca de lo que le habían dicho y les contó como había sido la Navidad y como le habían colgado regalos y velitas brillantes.

Los ratoncitos lo escuchaban boquiabiertos, los ojos redondos como canicas.

Se acordaba de los tiempos felices y pensó que aquellos tiempos podían regresar como en el cuento del Príncipe Perdido. Los ratoncitos le preguntaron que quien era el Príncipe Perdido. Y el abeto les contó el cuento. Los ratoncitos encantados volvieron la siguiente noche, y también la siguiente.

“¿Conoces otro cuento?” Preguntaron otros ratones que vinieron también a escuchar al abeto. “No”, contestó el abeto. Escuché esta historia la noche más hermosa de mi vida, cuando no sabía lo feliz que era.

Las ratas y los ratones se fueron.

“Fue agradable cuando todos los ratones estaban junto a mí, escuchando mi historia”.

Una mañana mucho tiempo después, vinieron los criados y arrastraron el árbol escaleras abajo hasta el patio.

Mi vida ha comenzado, dijo el abeto. “Al fin podré disfrutarla”

Afuera el sol brillaba y había rosas nuevas y fragantes en los arriates.

Los lirios saludaban en los tiestos y las golondrinas cantaban.

Pero cuando el pobre abeto vio sus ramas secas, sintió tanta vergüenza que deseó estar de regreso en la oscuridad del desván.

“Todo ha terminado” suspiró. “Si tan solo hubiera sabido ser feliz cuando aun había tiempo.

Mientras lamentaba su pérdida, vino un sirviente y empezó a aserrar el árbol para leña. En ese momento salió un ratoncito al patio. Explorando el mundo maravilloso que había oído en el desván. Se subió en el árbol. Con cada corte de la sierra dejaba escapar un profundo suspiro. Y con cada suspiro el árbol recordaba un hermoso día en el bosque.

El ratoncito se puso muy triste y estaba a apunto de salir corriendo cuando de repente vio una rama que no se había puesto amarilla. Mordisqueó la ramita hasta que se desprendió. Fue corriendo al bosque, llevando cuidadosamente la ramita en su hocico. Llegó hasta el helecho más hermoso y se detuvo. El ratón plantó la ramita a la sombra del helecho, sin saber cuanto había amado el abeto a la delicada planta.

El Sol reconoció inmediatamente a la pequeña ramita. Brilló gentilmente sobre ella, dándole la bienvenida al bosque como nuevo brote. Y la ramita alzó sus agujas al sol, prometiéndole disfrutar cada instante de su vida en el bosque.

Clarissa Pinkola Estess "EL JARDINERO FIEL"

 

 

 
 
   
 

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