SOBRE REYES Y SUS SABIOS

 

EL REINO DE ESTE MUNDO

Un viejo ermitaño fue invitado cierta vez a visitar la corte del rey más poderoso de aquella época.

- Envidio a un hombre santo como tú, que se contenta con tan poco -comentó el soberano-

- Yo envidio a Vuestra Majestad, que se contenta con menos que yo -respondió el ermitaño-

- ¿Cómo puedes decirme esto, cuando todo el país me pertenece? -Dijo el rey ofendido-

- Justamente por eso. Yo tengo la música de las esferas celestes, tengo los ríos y las montañas del mundo entero, tengo la luna y el sol, porque tengo a Dios en mi alma. Vuestra Majestad, sin embargo, sólo posee este reino.

 

 

 

LOS HUESOS DEL ANTEPASADO

Había un rey de España que se enorgullecía mucho de sus antepasados y que era conocido por su crueldad con los más débiles.

Cierta vez, caminaba con su comitiva por un campo de Aragón donde, años antes, había perdido a su padre en una batalla, cuando encontró a un hombre santo revolviendo en una enorme pila de huesos.

- ¿Qué estás haciendo ahí? - preguntó el rey-

- Honrada sea Vuestra Majestad -dijo el hombre santo-.

Cuando supe que el rey de España venía por aquí, decidí recoger los huesos de vuestro fallecido padre para entregároslos. Sin embargo, por más que busco, no consigo encontrarlos: son iguales a los huesos de los campesinos, de los pobres, de los mendigos y de los esclavos.

 

 

 

LLAME A OTRO TIPO DE MEDICO

Un poderoso monarca llamó a un santo padre -al que todos atribuían poderes curativos- para que le ayudara a disminuir sus dolores de columna.

- Dios nos ayudará -dijo el hombre santo- Pero antes vamos a entender la razón de estos dolores.

Sugiero que Vuestra Majestad se confiese ahora, pues la confesión hace al hombre enfrentar sus problemas y lo libera de muchas culpas.

Molesto por tener que pensar en tantos problemas, el rey dijo:

- No quiero hablar de estos temas; necesito a alguien que me cure sin hacer preguntas.

El sacerdote salió y volvió media hora más tarde con otro hombre.

- Creo que la palabra puede aliviar el dolor y ayudarme a descubrir el camino acertado para la cura -dijo-. Sin embargo usted no desea conversar y no puedo ayudarlo. Pero le diré a quién necesita: mi amigo es veterinario y no acostumbra a hablar con sus pacientes.

 

 

 

 

Elena Fernández Bayo (artesbayo@gmail.com)

   
 
 
 
 
 
 
 

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