LA CAMPANA

Para los monjes y lamas tibetanos la campana tiene un hondo sentido espiritual y forma siempre parte del ritual religioso. Había una vez un joven monje que anhelaba disponer de su propia campana y poderla tener en su propia celda, tal era su anhelo que sus compañeros lo sabían y llego a oídos del abad del monasterio. Un día le hizo llamar al joven y le dijo:

- Tengo entendido que te gustaría tener tu propia campana para ti, ¿no es así?

- Así es, venerable abad. Me gustaría poder contar con una campana para tenerla en mi celda.

- Pues te propongo una cosa, dijo el abad al monje, si limpias a fondo el monasterio y lo dispones todo perfectamente para el próximo festival religioso, que tendrá lugar en una semana, tendrás la campana que tanto deseas, te lo aseguro.

El monje sintió una gran dicha. Por fin sus sueños de poseer una campana se iban a poder hacer realidad. Con dedicación se puso a limpiar y ordenar el monasterio. Fue un trabajo duro, pero guiado en todo momento por la motivación de poder tener la campana. Unos días después, el monasterio estaba reluciente y todo había sido perfectamente ordenado. El monje suspiro aliviado !por fin había cumplido su tarea y lo había hecho a la perfección! Es verdad que se había ganado la campana.

Anochecía, y novicios, monjes y lamas efectuaron la ceremonia del atardecer. Acabada la ceremonia, cada monje se retiró a su celda. Pero el monje que había limpiado el monasterio se acerco a hablar con el abad y antes de que nada pudiera decir, este declaro:

Has hecho un trabajo excelente. Aquí tienes la campana, ahora ve a descansar que buena falta te hace.

El monje se retiro a su celda. Se sentó sobre la cama y como un muchachito ilusionado comenzó a mover la campana para escuchar su embelesante sonido. Pero la campana no sonaba, ¿cómo es posible?, se pregunto extrañado. Dio la vuelta a la campana y se dio cuenta de que no tenía badajo. Se sintió engañado. ¿Era una broma pesada del abad?, ¿quería mofarse de él? ¿no apreciaba  lo suficiente el fatigoso trabajo que había llevado a cabo?. Corrió hasta la celda del abad y llamó a la puerta.

- Pasa, dijo el abad, te estaba esperando.

- Venerable lama, apenas podía creer lo que he visto hace unos instantes. Me obsequias con la campana prometida, y resulta que carece de badajo, ¿Para qué quiero una campana que no puede sonar?

- Estas indignado, ya veo -dijo serenamente el abad- Pero eres tú el que debe poner el badajo.

El monje miró al abad estupefacto.

- Sí, así debe ser. El badajo es tu claridad y tu compasión internas. No es un badajo de bronce lo que tiene importancia, sino hacer sonar la campana, (la campana maravillosa de tu mente y de tu corazón) con el badajo de tu lucidez y tu benevolencia.

Sobrecogido por la emoción, el monje dijo:

- Nunca nadie hubiera podido hacerme un regalo mejor. Gracias venerable maestro.

 

 

 
 

Oscar Domenech (odomenech@hotmail.com)

   
 

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